martes, 23 de marzo de 2010

viernes, 19 de marzo de 2010

Houston

Pixie dice:
X va a ser papá
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
queeeeeeeeee
no jodas
q fichita
y fue intencionalmente concebido el guri?
Pixie dice:
y yo qué sé, muchacho
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
jaja
Pixie dice:
pero todos se están preñando
PAREN DE PARIRRRRRRR
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
kien mas?
conta a ver
es el new baby boom
Pixie dice:
un asco
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
jeje
Pixie dice:
no, en realidad yo estoy psicópata
por eso para mí están todos embarazados
los hombres también
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
mentalmente embarazados
es la enfermedad d nuestra epoca
todos quieren tener vida adentro de la suya
Pixie dice:
te gustaría tener una vida adentro tuyo?
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
si pero extraterrestre
y convertirme en un alien
Pixie dice:
que se apodere de vos el alien después?
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
no que yo siga siendo el que tenga el poder
el un huesped sumiso
Pixie dice:
te encantó
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
arggghhhh arghhhh
se acerca la mutacion
se abre mi estómago
ah ya veo las patitas
ahhhhhhhhhhhhhhh
Pixie dice:
ah ah ahhhhhhhhhhhhhhhhh
you know a lot of people is afraid of the unknown dice:
houston tenemos un problema


sábado, 13 de marzo de 2010

De la muerte del mito

Callaba y lo creían estúpido. Pero era tan sólo parte de su naturaleza, huraña y taciturna. Era sutilmente sensible al silencio, lo amaba profundamente. Los demás no comprendían el que no ansiara comunicarse con ellos, ignorando que ese silencio decía más que cualquier palabra.
Sus padres lo trataron con bandadas de especialistas, todos aplicando métodos fallidos, llegaron a la conclusión de que no estaba clínicamente demente, ni era mudo, pues los esfuerzos de éstos lograron arrancarle algún que otro monosílabo y alguna que otra fugaz frase que dispararon sus precavidas cuerdas vocales.
Además su madre creía haberlo escuchado cantar una vez, recordaba como lo había encontrado solitario, tan diminuto e indefenso en un rincón de aquella inmensa casa. De sus ojos maternales pendían lágrimas, que se evaporaban a la escucha de su hermoso canto, una delicada melodía se sostenía dulcemente en el aire, en ese momento no supo si de verdad su hijo estaba cantando o si todo era producto de su imaginación, puesto que enseguida que éste percibió su presencia, en aquel cuarto reino el silencio por sobre todas las cosas.
A la edad de nueve años le sucedió algo que le cambió la vida, que le hizo comprender lucidamente muchos de los misterios de ésta. Le hizo también comprenderse a si mismo con total claridad, como si la oscuridad a la que tanto temía se hubiera disipado muy adentro suyo además.
La casa donde vivía parecía un refugio de antaño donde habitaran colosos, o así la visualizaba él y sobretodo de noche cuando la negrura engullía el lugar. Y con que velocidad saltaba el corazón en su caja toráxica cuando tenía que atravesar el enorme salón en plena oscuridad para llegar a su dormitorio. El miedo estaba presente, lo sudaba por cada uno de sus poros bajo sombras. No se detenía ni un segundo y corría con la única intención de llegar a salvo a su cama. Miles de fantasmas lo acechaban en el camino, pero si tapaba sus orejas y trataba de distraer su vista de las sombras, éstos se disipaban por momentos.
Una noche, se preparaba en el umbral del comedor para la desafiante travesía hasta su cuarto. Necesitaba de un tiempo para concentrarse en algo, cualquier cosa, atenerse a una imagen fija en su cabeza o a algún recuerdo grato que tuviera en mente, una frase o canción que le gustara. Esto lo distraería y lo transportaría hacia el otro lado sin miedo alguno, pero era difícil mantener sus ojos cerrados. Cuando dio el primer paso, imitando a la luz en velocidad para así cortar transversalmente las tinieblas, creyó escuchar un sonido. Sus manos se comprimieron cobardes, quedó paralizado. Oyó con atención el extraño ruido, se hacia cada vez más latente, martillaba sus oídos. Quiso gritar pero no pudo, quizás por el desuso de su voz y la inobediencia de su garganta. El sonido lo aterraba puesto que no sabía de su origen, imaginó al monstruo que emitía el grito.
Pero su voluntad valerosa se impuso al miedo, se deshizo en su cabeza de toda monstruosidad supersticiosa y dio paso a sus conjeturas curiosas. ¿Qué era ese sonido? ¿De donde provenía? ¿Habría algún intruso en la casa? ¿Serían las voces de los antiguos gigantes habitantes de su hogar? Basta de estupideces, si quería averiguarlo debía moverse para conseguirlo, deshizo las ataduras ilusorias que lo mantenían quieto y se adentró al salón, con alma aventurera, como si explorara las profundidades submarinas cubiertas de negro. Caminó unos pasos, se posicionó en el centro del salón, escucho nuevamente atento.
El sonido se intensificó, ese chirrido se hizo más constante. Con sus oídos sensiblemente alertas olfateo el rastro sonoro. Era un tono persistente, un monótono sonido que se asemejaba al chillido in crescendo de un animal mitológico en plena agonía. Y este ser monstruoso volvió para acecharlo en la oscuridad, el miedo lo envolvió nuevamente, cedió cobarde y corrió hacia su cuarto sin mirar atrás. El sonido se fue perdiendo en la distancia, desapareciendo por completo. Llegó a salvo a su cuarto y al cabo de un rato pudo dormirse, pero no logró liberarse de aquel sonido en sus pesadillas, éste se moldeó en infinitas formas aterradoras.
Despertó con su cuerpo cubierto de sudor y rayos solares y con el corazón latiendo aceleradamente. Fue corriendo a buscar a su madre, la abrazó y ésta comprendió que algo ocurría, lo miró a los ojos y vislumbró el terror que el niño había sufrido. Éste señaló con su dedo el salón, e hizo un gesto para que lo acompañase, ella tomó su mano y caminaron hasta allí. Los pies del niño se encontraron en el exacto lugar en el que había estado el día anterior, señalo sus orejas, pidiendo a su madre que escuchara. Ella complaciente, le hizo caso, pensó que todo era parte de un juego, pero éste era algo más serio y crucial de lo que creía. Silencio, nada más que silencio, el niño empezó a desesperarse, se preguntó como era que ahora no escuchaba nada.
Vaciló por un momento al concebir la ingrata idea de que el sonido había provenido de dentro suyo, que era el único capaz de escucharlo, que era una tortura autoimpuesta o que lo más profundo de su ser intentaba decirle algo mediante el uso de vocablos guturales.
Su madre le dijo que tenía que cocinar, que bastaba con el jueguito, que ya la estaba asustando, que no comprendía lo que fuera que quería que comprendiese, que hablara si necesitaba decirle algo, que su cara inmutable sin voz la exasperaba. Y se fue a la cocina dejándolo en soledad consigo mismo. Se puso furioso, recorrió todo el salón con sus orejas alertas a la menor vibración sonora.
Pero nada, su búsqueda auditiva fue en vano, se desinteresó por la cuestión y retomo su rutina diaria. Fue a la escuela (la odió como siempre), regresó a su casa (harto de sus compañeros), hizo los deberes (obligado por su madre), miro algo de tele (para matar el aburrimiento), cenó junto a sus padres (en profundo silencio).
Y ahora se encontraba otra vez, parado en el umbral que da al salón, en los preparativos de su arriesgado viaje, pero algo era diferente. La curiosidad se hacía inmensa, estaba decidido a desentrañar el misterio. Se adentró serenamente en la oscuridad y ahí percibió el sonido. Siguió el ruido sigilosamente como un sabueso de caza que persigue a su presa. A medida que se acercaba, sus tímpanos sentían más rabiosamente el efecto sónico.
Encontró al fin su origen, uno de los bancos de madera que su padre había construido hace unas semanas, se había sentido orgulloso al prestarle laboriosa ayuda alcanzándole una por una las piezas que ahora construían su tormento.
Su primera impresión fue la de encontrarse frente a frente con un objeto vivo antes inanimado, confió entonces en las viejas palabras de su abuela que decían que todos los objetos poseían un alma propia.
Inclinó su cabeza por sobre la superficie del banco, pegó su oreja a la madera, escuchó con atención ¿qué significaba aquel extraño sonido? ¿Qué lenguaje de antaño era aquel? Millares de palabras en lenguas desconocidas se asomaron en su pensamiento, se preguntaba si acaso eso no era latín o el idioma perdido de un imperio derrocado.
Sería tan afortunado de encontrarse ante una oportunidad única en su vida, pensó. Sería acaso el elegido para prestar escucha a algún secreto universal, el más glorioso oyente de la composición magistral de toda la orquesta cósmica. ¿O tan sólo sería el canto apagado, último lamento de aquel desgraciado árbol que termino siendo de profesión mueble?
Todas estas hipótesis surgían abruptamente en su cerebro, comprendió por primera vez el verdadero significado de la filosofía, se sintió primerizo en la construcción de una leyenda, creyó que lo que estaba a punto de descubrir era de tan vital importancia para la humanidad que obtendría fama y reconocimiento mundial y su nombre tendría lugar en los tediosos libros que él y sus compañeros de clase eran obligados a leer.
Pero el misterio seguía intacto, todavía lejano, el taladro sónico seguía vigente, tuvo la sensación de que sus oídos se descomponían en partículas. Preso ahora de un calor infernal que recorría todas sus extremidades, se sentía con los pies lejos de la tierra y su cabeza seguía inevitablemente pegada a la madera.
El sonido cesó de pronto, pareciera que el ser que vociferaba aquello percibió la intrusa presencia. Pasaron minutos en silencio, como si ambos lo hubieran pactado. Pero el niño ante lo todavía desconocido y que ahora callaba, sintió exasperación. Estalló en furia, su alma iracunda lo hizo tomar el banco de madera y reventarlo con todas sus fuerzas contra el piso. La madera se desparramó y quedó inerte sobre el piso, siguió partiendo lo que quedaba del banco. El ruido era estruendoso, tanto así que su padre fue a ver que pasaba, prendió las luces del salón y vio a su hijo como jamás lo había visto, gritando desaforado, enojadísimo, como un demente haciendo estallar madera y volar astillas. Fue corriendo hasta él y lo contuvo es sus brazos, su hijo estalló en lágrimas de impotencia, aún no había descubierto que era aquello que hacía aquel tortuoso sonido. El padre observó su obra carpintera totalmente hecha pedazos, algo se movía entre éstos, se escuchó de ese algo un chillido, que se hacía constante, “es un gusano de la madera” vociferó su padre.
Así, su delirio imaginativo se desvaneció como el aserrín mítico tragado por aquel maldito insecto, producto de la tan insulsa ciencia.
Así, insultó a su padre, pero más tarde en su vida le dedicaría cien alabanzas, pues ese fue el día en que descubrió el verdadero sentido de su vida, se animó por fin a hablar, encontró su voz perdida, aterrizó en el mundo con la presencia omnipotente del albatros, se llamó a si mismo poeta y se dijo que dedicaría todos sus esfuerzos a la bella concepción de trazos lingüísticos que unieran el mundo intangible al que se sintió siempre afín con el mundo de los hombres del que ahora se sintió parte.

domingo, 7 de marzo de 2010

De la mujer en la arena

Tan sólo médanos y dunas y demás caprichos que el viento se dedica a esculpir en arena colmaban mi visión.
Hasta que la vi y de inmediato me entregue rendido a todo el esplendor de esta mujer de magnífica belleza, que parecía surgir de la propia arena.
Hipnotizado y sediento de ella en aquel abrumador desierto, descendí inconsciente del auto, deseando alcanzarla, hacer mío tan divino tesoro.
Así me fui acercando encantado, como bajo un poderoso hechizo, ansiaba posar mis manos sobre su cuerpo, que éstas se moldearan armónicamente con sus curvas perfectas y así sentirla real.
De inmediato entré en comunión con esta criatura única en un maravilloso y deslumbrante éxtasis, con mi deseo devenido al fin en tan anhelado acto este ser se unió a mi, forjando nuestros cuerpos un mismo trozo de carne, arena o como quieran llamarle.
Para asombro mío, mi mano nunca rozó su piel, pero igual sentíame uno con ella y no sólo con ella, sino con todo ese infinito mar de arena, me vi perdido en tal inmensidad. A pesar de su presencia, me encontré siendo aquél desesperanzado y solitario naufrago que, flotando diminuto en tal grandeza y líquida omnipotencia, sólo espera su muerte; en mi caso ser tragado de lleno por este infierno de arena. Pero saboree con gusto este pensamiento, mientras me hundía apasionadamente en todo su ser. Así me vi sumergido hasta el cuello en la arena, pero a mi cuerpo no lo sentía enterrado, sentía que éste ahora formaba parte de ese desierto, era la misma arena.
Toda resistencia sería en vano y no deseaba luchar contra ese destino que algunos considerarían desgraciado, lo acepté como el más hermoso regalo, con la más radiante felicidad en el apogeo de mi éxtasis, fui siendo arena…
Nunca hubiera previsto tan majestuoso final para tan mediocre vida como hombre, nunca más se supo de mi, pues los habitantes de aquel extraño lugar sin siquiera haber advertido la desaparición de tan odioso forastero pisotearon literalmente mi arenosa memoria y mi leyenda se esparció olvidada en ese desierto… Pero debo anunciar que aquéllos espíritus de insaciable curiosidad que osadamente se adentren en este desierto y se atrevan a contemplar de cerca los diminutos granos de arena, verán grabados en ellos parte de mi… y quizás vean también a esa bella y misteriosa mujer que llenó de tanta dicha y gloria los últimos instantes de mi miserable vida humana convirtiéndolos en algo sublime, de que me puedo quejar si en otra supuesta extinción de mi existencia humana mis restos serían polvo y todos sabemos, para mi fortuna, que la tan sobrevalorada arena es preciosa en comparación con el mugriento polvo.

De la multiplicidad en un ser



Donde había estado la noche anterior se preguntaba despacito en su cabeza desvainada de cabellos. Recluido en su interior, sus dilemas brotaban como escamas desprendiéndose de pescados muertos. Esas fétidas ideas lo impulsaban hacia un abismo depresivo del cual se vanagloriaba silencioso.
Tomó el resto de monedas esparcidas sobre aquel mueble roído e inhalo la última de las bocanadas humeantes de su pucho. Con la muerte de su arte de contornos dibujados en el más abrumador aire de aquella habitación de mala muerte, se despidió de esta en una celebración cantada.
Detrás del mostrador de la recepción, el hombre bajito, calvo y de un preconcebido aspecto desgraciado sonreía alegre. Clavó los ojos en los suyos, y relinchó al recibir su llave. El intercambio del objeto grabó un abismo en la relación de estos dos pobres seres humanos, que a pesar de que sentían tanto desprecio y repulsión mutua, eran más parecidos de lo que se imaginaban. Aquel que lucía orgulloso su calva, depositó la llave en su correspondiente lugar, escupió un condescendiente “Buenas noches” y aplastó nuevamente sus nalgas en aquel estropeado sillón naranja que desencajaba totalmente con el tapizado arábigo que luchaba por mantenerse abrazado a la pared como con la fuerza viva de una enredadera anudándose contra el más ancho roble. El que con gran esfuerzo intentaba disimular el vacío capilar de su cabeza, no correspondió el gesto nocturno cotidiano y se marcho mudo por la puerta del hall de aquel símil de hotel.
Camino varias cuadras, con la vista fija en el suelo, sintió sus hombros chocar contra un mar de cuerpos, se detuvo frente a la puerta de aquel bar y decidido entró en el. Percibió millares de miradas al acecho, disimulando sus nervios se sentó en una de las mesas contiguas a la barra.
Se puso a inspeccionar los seres que por allí rondaban. Un par de viejas prostitutas que intentaban pescar algún oficinista frustrado, dos reclusos recién salidos de la jaula, algunos borrachos de turno y el dueño que miraba desconfiado desde detrás del mostrador.
La mesera le sonrió y le resultó sumamente bonita a pesar de que su paladar era exquisitamente delicado, intentó devolver la sonrisa, con total esmero forzó los pliegues de su rostro en un gesto descarado y pidió una copa del mejor oporto de la casa; ya se ocuparía después de como iba a pagarlo.
Por más que obligara a su mirada despegarse de la monumental figura de aquella Venus de carne, sus ojos colmados por un deleite infinito no cederían. Quiso elaborar cualquier pretexto para entablar conversación con ella, pero se limitó a chistarle para pedir un whisky.
Bebió gustoso, una corona caliente bordeaba ya su frente. Se preguntó que había de peculiar en el rostro de aquella camarera, que extrañeza única lo atraía intensamente. Se puso a estudiar con detenimiento su fisonomía, visitó con su vista aquella reluciente cara, que hermoso detalle pintaban las pecas que se amoldaban en torno a esa magistral y delicada nariz, que parecía de porcelana y cuyas fosas parecían captar del aire los más puros y deleitantes aromas. Que delirio felinesco se hallaba preso en los ojos de esa mujer tigresa que paralizaba el mundo con su mirada entera. Era una ser capaz de inspirar ambigüedades contradictorias, desde la más inocente ternura hasta el más profundo de los horrores, creyó sus manos capaces de impartir tanto placer como dolor.
El sostenimiento de sus miradas, le hizo temblar las piernas, palpitaron todos sus nervios, ansiedad corrió por sus venas, la sed de algo inalcanzable lo volvió temerario.
Ante el silencio incómodo que ya largo tiempo pendía en el ambiente, ante la ausente respuesta de su interlocutor, la mujer se marchó sin saber de las alabanzas que él silenciosamente pronunciaba.
El calvo en su calvario golpeó la mesa, astillando sus manos, manchando de cenizas y sangre sus dedos. Con otro fracaso al hombro y un nuevo arrepentimiento en la espalda, tragó su pesar diluido en el último sorbo de su whisky y se paró de su silla.
Unos dedos rodearon su antebrazo, la caricia estremeció su cuerpo, giró su cabeza con aire vacilante y se le iluminaron los ojos al descubrir a la culpable.
“Usted no ha pagado la cuenta señor” dijo la Venus de labios pinturrajeados.
“Discúlpeme, es que… perdón…tome, tome, quédese con el cambio” dijo titubeante, mientras sus manos temblorosas estiraban los billetes.
Una interna maquinaria poseedora de mil caballos de fuerza se activó, dotando al hombrecito cobarde de todo el coraje que anhelaba.
Se sintió omnipotente, impregnado de una fuerza divina, esparció una brisa colosal a través de su boca esperando inducir a la mujer a un sensual trance. Sus palabras surtieron el efecto esperado, tanto así que tardó en digerir el resultado de su valerosa acción, y al observar al amable hombrecito nuevamente petrificado la mujer chasqueó los dedos recordándole que su turno terminaba en cinco minutos y que la esperara en la puerta trasera que da al callejón.
Con pasos triunfales nuestro personaje atravesó el barsucho, sintiéndose impune e indiferente a las miradas que creía acechantes.
Se sentó afuera y esperó. Su felicidad se tradujo en el tarareo de una vieja canción que cantaba cuando niño. Esperó cinco interminables minutos colmados de ansias.
Por fin salió la mujer caminando con la más delicada de las gracias y besó apasionadamente al hombrecito. Éste sintió el fluir del amor por su cuerpo, que un calor infernal arropaba su ser.
“Serían $500 la hora amorcito” dijo ella con voz carrasposa de garganta estropeada y prendió un pucho desvergonzadamente.
El alma de tigre poseyó al hombre, con ambas garras tomó el cuello de su presa apretujándolo hasta vaciarlo de vida.
Cayó la víctima al suelo y el depredador se vio colérico y extasiado, sintió remordimiento inmediatamente y sus pensamientos se cubrieron de una espesa nube que manchó también sus ojos con una luz cegadora. Desmayado cayó al suelo, tendiéndose en el lecho pavimentado junto a la que una vez amó.
Despertó con un fuerte dolor de cabeza, acodado a una mesa que le resultó tan familiar como la voz angelical que le pedía cortésmente que se marchase, que el bar ya estaba cerrando.
Confundido se levantó de su silla, no intentó hablar porque ahora presa del miedo era él. Se marchó de allí sintiendo otra vez como herían su carne las miradas punzantes de los otros. Su alma ya no tenía hambre de aventuras, su curiosidad se extinguió junto a las últimas cenizas que pululaban en el turbio aire de aquel bar.
Caminaba y se decía a sí mismo que no leería más novelas policíacas, ni los policiales del diario vespertino, que estaba harto de entender y descifrar el comportamiento criminal, que esto lo terminaría obligando a pensar y actuar como uno, sin distinción entre el bien y el mal, con una amoralidad tan absoluta como descarada.
Se reconfortó con la idea de regresar a la seguridad y comodidad de su hogar, junto al cariño y calidez de su esposa e hijos.
Esa noche sería otro intento fallido de desahogo ante el tedio rutinario, pero esa monotonía por costumbre, le era tan necesaria, su vida le resultaba bastante fácil como para arriesgarse a cambiarla. Estaba contento de su inmovilidad ingenuamente larvaria, una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro, me maldijo, acusándome de que mentí acerca de su calvicie, que sólo era incipiente y no total y sobre el hecho de que había pasado la noche anterior en un hotelucho de mala muerte. Me disculpe con él halagando su decencia de buen hombre.
Así el esquizofrénico señor Goñi caminó hacia su querido barrio, se paró ante la conocida puerta y antes de entrar espió a través de la ventana, no había nadie en el living-comedor, la mujer y los niños debían de estar durmiendo.
De esta manera subió al árbol y se sentó en la rama que enfrentaba la ventana de la mujer. La bipolaridad de su ser se traslucía en su rostro repartido en una doble expresión: la de su sonrisa amable de hombre de bien y la de sus ojos maniáticos que contemplaban acechantes la silueta de la durmiente.

viernes, 5 de marzo de 2010

Del abismo entre las almas

Solo sé que sentado en aquel cuarto, diminuto por la cantidad de añejos muebles que en él se aglutinaban, me sentía yo también distante de la realidad. Cuando la contemplaba a ella y no correspondía el gesto, limitándose a reposar su mirada por sobre el rincón oscuro y vacío de ese roñoso cuarto.
Yo intentaba en vano captar su volátil atención, calcinar la frialdad de su rostro, hilvanar algún encanto que la sedujera y arrastrara de nuevo al mundo; pero nada… Yo me sentía tan solo junto a ella que termine por perder el quicio, acercándome a su orilla menos humana.
Cuando volví a visitarla me senté frente a ella (como siempre lo hacía, en la misma silla incómoda, cuyas frías fibras de madera parecían tornarse cada vez más gélidamente punzantes), pero no esbocé conversación alguna ¿para qué? si aquellos eran oídos sordos, emule la indiferencia en su mirada pero sólo logre simularla pues su belleza sola bastaba para hechizarme.
Decidí entonces dejar de visitarla, si mis encuentros con ella se asemejaban a penosas torturas que mutuamente aceptábamos. Me parecía que cada vez que entraba en esa tenebrosa casa me adentraba en las catacumbas más mortuorias del universo, creía poder sentir a mí alrededor una espesa niebla que teñía de negro mis pensamientos.
Vislumbré su degradación posterior por la total falta de contacto humano, ¿acaso no era eso a lo que aspiraba ese ser extraterrestre? Y es que todavía la percibo así cuando por las noches la recuerdo o cuando ciertos días creo ver su reflejo en algún espejo caminante, forjado en carne y hueso y con el que tengo el disgusto de cruzarme en esta patética monótona y tediosa vida, pero no tan desesperanzada y estoica.
Faltaba velo negro que ocultara su rostro y vestido opaco que cubriera su cuerpo, pero la oscuridad ya rondaba en su espíritu y de tinieblas se colmaban sus ojos.

Del mañana


Y esto derivó en un corto: http://www.vimeo.com/16432079

Quizás mañana estará sentado frente a ella, gobernado por ella, siendo parte de ella. Razonando a la par y de la misma forma que ella, tras haber sacrificado su humanidad por esa máquina. Se comunicarán coherentemente en relación de iguales. Nada lo distraerá, es vital su concentración, no debe desperdiciar su tiempo siendo inútil. Realizar cálculos y planes meticulosos; alarga su brazo para alcanzar la calculadora, pincha su dedo con el cactus que tiene sobre su escritorio, único ejemplar restante de su especie. Un antiguo e inútil reflejo, lleva el dedo a su boca para detener el derramamiento; que estupidez suya, esa herida no verterá gota de sangre alguna. Ya no existe dentro de él, sus venas son circuitos vacíos de sangre, ahora anexos de cables. Él tan convencido y seguro ahora, tiene la certeza de todo, pero lo que deduce es un rastro de su conciencia humana le dice que le falta algo, le irrita no saber que, noches enteras de diálogo con la máquina y ambos no han encontrado respuesta racional alguna. Y está a la par de esa majestuosa máquina. Y Luisa todavía es otra, todavía tan extraña y distante para él, no logra comprenderla actúa a veces de manera incomprensible a su razón. Pero falta poco para que su agonía termine, para que se una nuevamente a él y se eleve a un estadio mayor, la observa y le place ver que pronto…
Ella tiene un libro en su mano, lo hojea curiosamente, le resulta fastidioso, números y números, códigos binarios, todo muy exacto y lógico, aunque de una falsedad reprochable. No son nada para ella, ella no es ellos. Deja caer el libro, rasgándolo antes con su uña. Su uña, la ha dejado crecer, solitaria en su mano; semanas antes decidió sin específica razón coherente dejarla ser, evadiendo tan debido e incuestionado rito higiénico. Y creció por su cuenta, sin cuidado alguno, el índice de su mano derecha simula ser una garra animal. Él no lo ha notado, lógicamente no toleraría tal falta de sentido ante la higiene personal, ella la ha mantenido escondida. Parada, mirándolo se sonríe. Toma su brazo izquierdo, algo le molesta, el tubo intravenoso que extrae su sangre le resulta hartamente incómodo. Incrusta su uña en el mismo, lentamente lo rasga, éste cede y cae. Que bien se siente. Él percibe algo extraño pero se mantiene ocupado intercambiando información totalmente prescindible para ella. Hambre, saciarla. Rocía su extracto cremoso de alimento con un condimento líquido de color rojizo; a algo le recuerda. Ella tose, tiene su pañuelo, gotas de sangre en él, tose nuevamente y tira el pañuelo hacia un lado. Él la mira, toma sus pinzas desinfectadas, se pone la máscara por precaución y se levanta. El pañuelo manchado yace a sus pies, lo toma cuidadosamente con sus pinzas, lo examina y lo arroja al tacho crematorio. Vuelve a observarla y se sienta, se concentra.
Él todo lo sabe, o al menos está convencido de eso. Ella está llena de dudas, sólo algunas cosas sabe con certeza; sabe que existe, es consciente de que respira. Pero respirar allí es casi imposible, encuentra sofocante esa encerrada habitación, sellada herméticamente para evitar cualquier contacto con el exterior. Y quiere salir afuera, desgracia para ella. Se acerca a la ventana, el afuera es visible pero sólo eso. Una membrana transparente recubre la ventana, la separa del mundo auténtico del que se siente parte. Ella parada junto a la ventana, su vestido deja descender lentamente hasta el suelo, ansía estar en contacto con esa naturaleza externa, respirar el preciado aire fresco. Su cara junto a la membrana, su aliento todavía cálido mancha la misma. Pero no puede inhalar aire fresco, la membrana es un obstáculo. Apoya ambas manos contra la membrana, mira su mano derecha, dobla el dedo índice y mueve su mano verticalmente; la membrana sensible se desgarra a medida que la uña la toca. ¡ALARMA! SIRENAS aturdiendo, LUZ ROJA, PELIGRO. Él se percata, la computadora también. Corre hacia Luisa, la toma por sus hombros y la sienta, ella ríe tímidamente. Reemplaza rápidamente los restos de la antigua membrana por una nueva como es debido. Camina hacia ella, se para justo enfrente. Luisa lo mira, con algo de lástima, se agazapa tanto como puede en la silla de su juicio, él la mira inquisitivamente. Ella agacha su cabeza, asco y miedo él le provoca. Él la toma por el mentón y levanta su cabeza. Abre su boca, venciendo las resistencias de ella deposita una pastilla en la superficie de su lengua y la obliga a tragarla. El tubo intravenoso vuelve a ser conectado, la pastilla hace efecto. Un mismo destino les depara a ambos, la uña de Luisa también muere.

De la vida antes y después de la muerte

Lejanas y etéreas voces llegan a nuestros oídos habladas por fantasmas que concebimos de carne y hueso a la distancia.
Extendiendo los brazos no logramos alcanzarlos, se mueven en una dimensión distinta a la nuestra.
Respiran de otra atmósfera.
Se sofocan de frases ajenas.
Sus pensamientos se forjan de materia gris prestada.
Mi mirada los atraviesa, los vuelve traslúcidos cual cristalina agua, dos córneas se empapan de ellos, su reflejo los complace, los dociliza.
Algunos saborearían la tierna carne con gusto morboso, la perversión es el amo en sus cabezas, los seduce a jugar en sus oscuros aposentos.
Creen estar conscientes en sus lúcidos despertares.
Que su manera afecta la de sus cercanos.
Se engañan a sí mismos, creyendo engañar a los otros.
Se observan entre ciegos glóbulos oculares, jueces de vista certera, indiferentes a la indiferencia inherente a sus miradas.
Entre miríadas de emociones de las que nunca se apropian y a las que nunca con gusto exhalan en halos luminosos, se pierden ahogados en la adormecedora oleada de la existencia siendo conscientes de su inconciencia.
Así se esfuerzan en vano, esperan un final digno, reconfortante, se hunden más en el lodo de la desgraciada monotonía, que de hastío fue amablemente concebida…
Pero mueren y esto no resulta tan gratificante, muero y esto me resulta igual de curioso.

Atravesando el umbral, espero ansioso el encuentro con los muertos.
Pero sólo a mi encuentro se presentan seres vivos de piedra.
Pensé en la eternidad, en la promesa paradisíaca de la inmortalidad.
No sería infinitamente recordada toda una vida, sino siquiera un instante.
Un único momento repitiéndose en el tiempo, y el espíritu con gozoso placer siendo consciente de eso vivido una y otra vez.
Así es que los muertos pactan, se les da la oportunidad de vivir una vez más.
Vivir en un solo recuerdo, el que ellos deseen. Hecha la elección es llamado el artesano a diseñar con ojo hábil y agudo y a esculpir en piedra con delicadas manos la materialización de ese recuerdo.
Es una mujer que parece fotografiada, la que otorga el permiso a los espíritus para ser grabados en carcazas petrificadas.
Creí cierto entonces que el Edén no es más que un gran jardín de piedra, donde almas suspendidas en sus más preciados momentos vividos, recuerdan eternamente. Se compadecen en el deleite ajeno, pues actúan en su inmortal recuerdo y contemplan en un mismo tiempo la memoria absoluta de los otros.
Unos rememoran en vida, otros mueren en sus recuerdos.

Del artista pulpo

La primera de sus extremidades nació viscosa, obtuvo un nombre del cual no estaba muy orgullosa. Presentaba atisbos de las personalidad de su creador, era algo así como su alter ego, tanto que en su natural rebeldía logró volverse bastante autónoma. Exploró el territorio de manera independiente pero siempre bajo el virreinato de su mandamás divino.
Surgió un segundo ser tentacular de la cabeza maestra de aquella especie artística. Éste era uno más concienzudo, se había propuesto hacer todo lo contrario a sus primeros y espontáneos impulsos. Todo lo que decía y hacía estaba premeditado meticulosamente. Trazaba planes cartográficos para prever sus movimientos. El primogénito lo odiaba profundamente y no tardaron en trenzarse.
De este conflicto nació un tercero, el intermediario, uno bastante pacífico y simpático. Era el vivo reflejo de lo más amanerado y afeminado que tenía su hacedor. De inmediato cautivó a los otros dos con su encanto, se retorcía grácilmente y los acariciaba a ambos con un dejo de amor maternal. Sus refinadas y pulidas maneras hipnotizaron a los otros dos, que seguían todos sus movimientos de cerca, el uno bruscamente y el otro de forma paciente. Este tercero parecía danzar delicadamente en el aire, su arista tentacular dibujaba hermosas formas y contornos en el espacio atmosférico.
Al tercer día, los ojos pulpeanos contemplaban con placer sus tres derivaciones imaginativas materializadas en individualidades de caracteres contradictorios. Sabía que faltaban cinco más, que se dedicaría a hacer en los cinco días restantes.

Cuarto Día
Amanecía y el alba cubría de haces las heces de la criatura marina.
Mirando atentamente se podían detectar variados matices de insólitos colores.
El triunvirato tentacular anticipó la llegada del cuarto con un rito danzante.
Sus cuerpos se enredaron y frotándose emitían dulces sonidos.
Nació ese cuarto esperado, en su primer y fugaz movimiento arremetió suicida contra su creador.
Este lo absorbió como reflejo.
El cuarto ya no era más que un cayo en las extremidades inferiores de su padre, que recordaba al resto el justo castigo para aquél trasgresor con inclinaciones parricidas.
Todo oscureció con la desaparición del astro rey.
Ya las heces no vestían haces.

Quinto Día
Habiendo el trío establecido una tregua, bajo las órbitas guardianas de su máximo inventor, se ocupaban recíprocamente de actos cognoscitivos que los acercaran en profundidad. El primogénito empezó a aceptar con cariño y casi a admirar las virtudes meditativas del otro, que le devolvía ese aprecio mutuo, valorando la actitud entusiasta y valiente del primero. La tercera, la seductora dama tentacular, mimaba por igual a ambos, pero reservaba especial cuidado a la cabeza productora.
Ésta compadecía a sus hijos, los miraba con cierta distancia y desprecio, procuraba la creación de un ser que se le asemejara en todo, no estas tres deformidades disparejas. Así volcó todo el quinto día, al concebimiento de su plan maestro, la ejecución de su más fiel reflejo en tripa y hueso. Frustrado ante el acto fallido de renacer al cuarto, se dio por vencido y decidió dormitar hasta el día próximo. Sus protegidos observaron con desconfianza su intento de reencarnar al último sedicioso, sin embargo lo ayudaron a descansar, acariciando amablemente sus sienes.

Sexto Día
Inspirado por las luces tempranas, en un estado de total lucidez, el creador se dedicó a su obra. De a poco fue forjando el esqueleto principal, una lánguida línea ósea que se curvaba maravillosamente en el agua turbia. Fue pintando esporádicamente las distintas membranas que la rodeaban y finalmente con su hálito matutino dio vida a su escultura. Le asombró la monumental soberbia con que ésta se erigió del suelo arenoso, lo miró desafiante directamente a los ojos y se mutiló a si misma. El pedazo inerte flotó y se alejó, el gran inventor con tristeza lo vio partir. Sus tres fieles discípulos rieron secretamente, un placer malévolo colmaba sus extremos. Se sabían atentando contra la concepción de uno nuevo, pero no creían que sus diminutas voluntades telepáticas fueran las causantes de tales colosales efectos. Se vieron ahora ante los ojos de su maestro, que irradiaron una ira fulgurante. Ocasionando daño a ellos estaba atentando contra si mismo. Esa noche lloró en el más sepultural silencio oceánico, sus hijos ya no se consideraban como tales.

Séptimo Día
El día de descanso para un dios vago y perezoso, que hace de su hijo carne de crucifixión para los insensatos y un Mesías para los miserables crédulos sin imaginación.
Con la vista al cielo el señor forjador de ilusiones materiales se dijo “yo a pesar de ser un ser que habita en las profundidades cavernosas de los mares menos transitados hasta ahora por esos seres humanos que alardean de sus poderes terrenales, me he vuelto tan conscientemente sumiso a mi propio hábitat acuoso, que he desarrollado la capacidad de modificar a mi parecer la materia intangible que flota a mi alrededor, soy el ilusionista con menos fe en si mismo”. Pronunciado este prólogo que antecedía su labor creativa, se dispuso a moldear una nueva obra cárnica. Se disiparon las corrientes marítimas, calor y frío se unieron en total intimidad, lo que las loas de sus fieles profesaban. Los tres esclavos tentaculares se alzaron a la superficie, en un círculo concéntrico crearon el remolino. Éste elevo a su creador a una merecida posición de altanería, nuevos mandatos y órdenes serían dictados tiránicamente. Nacieron dos seres en uno, tan confusamente en unión, que no sobrevivieron hasta el último día de su vida. El día se consumió en terraplenes de dunas marinas, las algas tejieron una alfombra que cubrió de tinieblas las profundidades con una velocidad demoníaca. Demoníaco augurio lo que los pescadores de la zona observarían al día siguiente.

Octavo día
Ese día no besó a su esposa al despedirse, sobre su hijo desplegó una mirada de desprecio. Empujó su nave hacia la boca del lago que desembocaba en aquel infinito en tenebrosidad mar alpino. Contempló su casa en la lejanía, desvanecerse en el horizonte, sabía que ya no iba a volver, presentía que algo esperaba por él en las más oscuras profundidades del terreno inestable en el que navegaba. Dio las gracias a sus antecesores por haber manipulado con previsión su fatídico destino, remaba constantemente dictando a sus brazos el aleteo inaudito. Llego al punto menos luminoso de ese albino acuoso, se apoyó en la proa de su insignificante nave. Vislumbró las profundidades y la mancha negra que las reinaba, vio las ramificaciones de la susodicha aplicar la danza del velo que era de un atractivo irresistible. Sumergió primero su cabeza, la dichosa vista era lo primordial. Inmediatamente se zambulló cuerpo entero, dejose caer lentamente hasta el subsuelo marino, la incapacidad de sus movimientos lo dejó extasiado. Cuando tocó fondo quedo cara a cara con la bestia que a tres manos lo desafiaba. Sus viscosidades lo atraparon, éste saboreó orgulloso ese acto copular. La bestia y él formaban uno, miró al cielo a través del filtro de agua y saludó por fin a su esposa, olvidándose del fruto de su vientre. Un viejo arpón atravesó su tórax, su hijo en la superficie había sido su asesino y por consiguiente el de la bestia marina.

De la música

¿Que hay de esos sonidos turbulentos,
que velozmente rapaces asaltan la oreja,
emitiendo caricias musicales,
esparciendo un conjuro en quien se ablanda
y deja fluir su ser a través de ese mar sonoro?
Escucha y sólo así comprenderás a que me refiero,
cuando uno se siente primitivamente parte de un ritual,
perfectamente alineado con el cosmos en su totalidad,
dejándose arrastrar por ese torrente
que lo envuelve a uno
retorciendo extremidades a su antojo.
Que sensación más sublime,
trombones diabólicos emiten sus gritos de guerra
y uno se somete gustosamente
a la tiranía deliciosa del imperio auditivo.
Festejo es verdad
y celebración de todo lo vivido.
Grandiosa la experiencia,
de lo más cercana a la religión,
para el individuo de buen gusto y criterio.
Mentira; un disfrute popular,
de los que convierten en avalanchas
la acción de muchas personas,
y en danzas contagiosas como epidemias,
transformadas en la única liberación
correctamente aceptada
desde el principio de los siglos.

De mi sombra

Sostenía en mis ojos el reflejo de los suyos
Seguía con mi olfato la fetidez de sus palabras
Oía sordo la soberbia ventisca
emanada por el movimiento de sus labios
Se apartó de mí, mi sombra
Tomó su brazo izquierdo con ambas manos
Meticulosa y sombría fue la incisión de sus dientes
Sus venas gimieron
Las negras fauces bebieron
En cascada intravenosa la sangre fluía
Sus fuerzas sucumbieron
Sus piernas cedieron
Cayó al piso, se sumergió en aquel rojizo lago
Se ahogó con sus venosas transpiraciones
Sonreí y me palmee el hombro
Mi sombra correspondió el gesto,
Igualmente agradecida
Sin moverme de mi sitio
logré batir su orgullo
contemplé el rendimiento no asumido de su ser
me voltee y camine, temeroso de ver...